Cada vez que
alguien decide “probar” con la Terapia Regresiva, realmente no es él o ella quien guía sus pasos sino su propia alma
en busca de sanación física, emocional y/o mental.
Cuando le propuse publicarlo, me dijo que le hacía ilusión aparecer como "Ana de 48 años".
Cuando le propuse publicarlo, me dijo que le hacía ilusión aparecer como "Ana de 48 años".
TR - ANA. 05 de Junio
de 2015. 48 años.
La
curiosidad había llevado a Ana hasta mi casa. Una mujer emprendedora y, según
contaba al principio, ella estaba fenomenal y no necesitaba sanar nada. Pero
siempre nos pasa algo, precisamente por ello buscamos, sin saber muy bien lo
que necesitamos encontrar.
He de decir
que no siempre hago historia clínica en la primera visita, pues son muchas las
ocasiones en las que la persona se encuentra ya en regresión, por lo que casi
directamente pasamos a la terapia.
Ana, sin
embargo, había venido “por curiosidad” y no encontré en ella signos de querer
trabajar de inmediato, así que empecé con las preguntas.
Cuando
tocamos cómo había sido la relación con su madre, sus primeras palabras fueron:
“Un tormento”. Y pasó a describirme los problemas que acarreó su madre y que
ella la estuvo cuidando los últimos 6 años de su vida.
Yo iba
haciendo mis apuntes, y llegamos a los recuerdos de su primera infancia, desde
que nació hasta aproximadamente los 6 o 7 años. A lo que me contestó que
recordaba que la maestra utilizaba una palmeta para castigar a los niños y que
ella le llevaba el café.
Nada más
(esto es importante).
Por supuesto
que hubo más preguntas, y aunque no llegamos a completar la historia, he
querido reflejar estas dos por la importancia que tendrán después en su trabajo.
E iniciamos
la terapia.
Vagó por
retazos de vidas en otros tiempos y en otros cuerpos, y quizás en otras
dimensiones. Se hizo largo, tanto, que casi había perdido la esperanza de que
se dejara guiar por su alma para hacer el trabajo que había venido a realizar.
E incluso la había llevado al momento más traumático de todas esas experiencias
revividas a medias, y fue ahí, cuando le preguntaba cómo le afectaba todo lo
revivido, cuando entró definitivamente en la experiencia que había venido a
sanar y sin previo aviso.
A: Siento
una bola en la garganta. Me estoy agobiando.
T: Eso es.
Siente ese agobio. ¿Cómo es ese agobio?.
Me di cuenta
de que esta era la experiencia a sanar, cuando vi asomar la primera lágrima.
He de decir
que Ana tiene una personalidad muy fuerte y se niega a llorar.
De hecho
dejé que se limpiara hasta tres veces algunas lágrimas furtivas, antes de
ofrecerle un pañuelo. Pañuelo que tuve que insistir para que tomara, pues de
entrada me lo rechazó.
Narró que
estaba en un colegio de monjas, que tenía 5 años. Que las monjas la obligaban a
comer sopa de “gato” (es una sopa de ajo con pan). Revivió como la castigaban
cuando no quería comérsela, como sus compañeras se reían de ella cuando
terminaba vomitando la sopa.
Revivió como
la obligaban a irse a su habitación castigada y humillada.
Que no
quería estar en la iglesia por la mañana y por la tarde. Que ella quería jugar
y dormir, que solo tenía 5 años y, sin embargo, la obligaban a comportarse como
una niña mayor.
A: Y las
monjas me chillaban-decía, mientras su rostro se contraía en una mueca
desvalida.
Habló de la
soledad. De su necesidad de ir con su madre, de que no quería estar ahí.
T: ¿Y cómo te afecta todo esto en tu vida como
Ana?
A: Me impide
vivir el día a día, disfrutar de lo que tienes por si acaso en algún momento te
lo quitan.
Trabajó el
perdón. Recuperó la energía perdida. Integró a la niña desvalida.
Y llegamos a
su madre.
T: Fíjate
bien. ¿A qué se debe que tu madre te dejara con las monjas?
A: Ella
tenía que trabajar, pues nuestro padre se fue y ella tenía que mantenernos.
Como no podía cuidar de nosotros, nos dejaba allí.
Ana tiene
un hermano mayor, que estaba en otro colegio interno también.
T: Fíjate
bien, voy a contar a 3 y vas a poder ver qué es lo que tu madre habla con las
monjas sobre ti. Uno, dos…tres.
A: Están en
el patio de colegio. Les cuentan a mi madre que no me porto bien porque no me
como la sopa. Mi madre siente pena en su corazón por mí.
A: Ahora se
acerca a mí, me abraza y me besa. Siento lo que siente su corazón. Ella me
quiere. Le da mucha pena dejarme con ellas, pero no tiene más remedio. A mi
madre no le gusta nada que me quede allí porque sabe que lo paso mal, pero ella
tiene que trabajar. Me quiere mucho.
Pocos años
después su madre la sacó de allí y la pudo llevar con ella, allá donde estaba
el trabajo.
Lo bonito
cuando terminó la terapia fue el comentario: “Esto cambia las cosas”
Era tarde,
tenía prisa por marchar, así que no le pude preguntar qué significaba ese
comentario. Pero sí tuve claro que tenía
algo que ver con su madre.
No estamos
aquí para juzgar el trabajo de aquellas monjas, por otro lado tarea encomiable la
del cuidado de niños.
No estamos
aquí para juzgar el que una madre dejara
o no, a sus hijos en colegios internos.
No estamos
aquí para juzgar nada. No somos quién.
Nadie es
quien para juzgar las acciones de otros. Y nosotros menos que nadie.
Estamos aquí
para “entender” que todos hacemos lo que hacemos con un motivo. Y que su mero
entendimiento libera nuestra alma y por consiguiente el trauma que lleva
consigo.
A veces pasa
con esta terapia, que no siempre nos acordamos de todo lo revivido y de cómo
ello nos está afectando en nuestro día a día. Este fue el caso de Ana.
Nuestra
parte consciente, en el momento en que acaba la terapia, intenta que olvidemos
aquello que nos hizo daño. Es una forma de protección, que a la larga nos puede
dañar.
Sin embargo,
la parte buena es que, nos acordemos o no, realmente se trajo al consciente lo
inconsciente.
Se puso en
marcha una energía que seguirá actuando a nivel de nuestras emociones, de
nuestro accionar con la vida aquí y ahora, y cuyos primeros resultados se
pueden ver cuando dejamos salir esas emociones a través del llanto, normalmente
sin motivo aparente. Pero ahí está.
Y sin darnos
cuenta, algo más cambiará y luego otra cosita más, y luego otra… Le buscaremos
explicaciones a esos cambios, pero la verdad es que nuestro único y gran mérito
habrá sido el de escuchar nuestra alma y así, sin darnos cuenta, habremos
empezado a trabajar a su compás.
Enhorabuena
Ana pues, por curiosidad o no, lograste escuchar a tu alma.
Gracias por
hacerme partícipe de ello.
Fina Navarro
Julio/2015
viajerosdeluz@gmail.com
viajerosdeluz.blogspot.com.es
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