miércoles, 23 de septiembre de 2015

Recuerdos que sanan


Recuerdos que sanan

A esta mujer le encanta el nombre de María, así pues...
TR María. 17 de Abril de 2015. 40 años.

Después de 20 años de tratamiento médico común para cistitis de repetición, empecé a tratarla con homeopatía y le fue bien, durante un par de años. Estaba contenta, porque pudo dejar los antibióticos.
Sin embargo, los meses que estuvimos sin vernos algo pasó y volvieron las infecciones, prácticamente cada semana y por supuesto los antibióticos, pues los dolores eran insoportables.

Así que un día la senté y le dije, cierra los ojos...

Terapeuta: Fíjate bien, voy a contar a tres y al llegar a tres vas a ser capaz de ver delante de ti a tu propia alma, a tu esencia viva. Uno, dos....tres. ¿ Qué ves?
M: Pues me veo a mí (sonriendo, como sorprendida).
T: Muy bien, pues quiero que mires a tu alrededor y que me digas qué ves, qué está pasando ahí.

De pronto le cambia la expresión. Aprieta más los ojos y aparta la cara, como si no quisiera ver lo que está "viendo" con los ojos cerrados.
Quizás, la tarea más importante del terapeuta aquí es que el paciente no se sienta solo en ningún momento, esto es fundamental, pues de lo contrario éste querrá salir de la experiencia o no profundizar.

T: Escúchame bien, yo te voy a acompañar en todo momento. Voy a estar a tu lado en cada paso de esta experiencia que estás viviendo. No te voy a dejar sola. Yo estoy aquí. ¿Entiendes esto?
M (asintiendo con la cabeza): es que son sombras negras, como hombres lobo, son cabezas llenas de pelo negro y se mueven a mi alrededor.

T: Muy bien. Quiero que les digas que dejen de moverse y se pongan delante de ti, con firmeza y respeto. Harán lo que les dices.
M: Poneos delante de mí.
T: Muy bien. Quiero que les mires a los ojos, a todos ellos. Quiero que les hables. Pregúntales cuánto tiempo llevan contigo.
M: Tiempo, dice uno de ellos.
T: Cuántos son?
M: Tres, pero uno parece que es el que manda.
T: Pues dirígete a él. Pregúntale si él querría hablar conmigo.
M: Dice que bueno.
T: Muy bien, pues ahora quiero que te quedes muy relajada. En un segundo plano. Quiero que respires profundamente y permitas a este ser que utilice tu voz y tu garganta para que yo pueda hablar directamente con él.
M: Vale.
T: Eso es. Respira profundamente. Yo voy a contar a tres y al llegar a tres permitirás a esta persona que hable a través de ti. Uno, dos…tres.

Miro atentamente la expresión de María, pues cuando hay un ser que interfiere en el campo vibratorio de una persona y ésta le da permiso para hablar a través suyo, se produce un ligero cambio en la expresión del paciente que nos dice que esta persona ya puede hablar.

T: Hola. Bienvenido. Mi nombre es Fina. ¿Cómo te llamas?

A veces, esta persona, la que está interfiriendo no sabe o no puede hablar a la primera de cambio porque realmente lleva mucho tiempo sin hacerlo y no recuerda como tiene que actuar. Otras veces, como en este caso, empezó a hablar con lentitud pero perfectamente desde el principio.

AP( alma perdida, a través de María): Ho..la.
T: Bienvenido. Estás entre amigos. ¿Cuál es tu nombre?
AP: Juuann. Juanjjj…
T: Hola Juan.

Cuando hablamos con una persona confundida, también llamada alma perdida, pues se perdieron en el camino de encontrar esa otra dimensión que es nuestro hogar, lo hacemos desde el corazón y con todo nuestro amor y respeto.
T: ¿Te importa que charlemos un ratito?
Juan: Bueno.
T: ¿Cuánto tiempo llevas con María?
J: Años.
T: Y, ¿cómo es eso de que estás con María?
J: Porque no quiero que le hagan lo mismo que yo le hice.
T: Y¿ qué le hiciste? (con mucha dulzura en nuestro tono al hablar)
J: Cosas malas.
T: ¿Me puedes explicar qué cosas fueron esas?
J: No (negación absoluta, que no cunda el pánico…)
T: Bueno Juan, fíjate que yo estoy aquí solo para ayudarte, así que si no quieres decirme lo que le hiciste, no importa. Date cuenta, ¿tú tienes cuerpo?
J: No, eso sí lo sé. Morí.
T: ¿Y no te gustaría seguir tu camino?.
J: No. Me tengo que quedar con ella para que no le hagan lo que yo le hice (insistente el muchacho).

A estas alturas yo empezaba a sospechar de qué iba el tema, pero como el objetivo es que esta persona encuentre el camino a la luz hay que dar las vueltas necesarias hasta lograrlo, dejando de lado la historia subyacente.
T: Fíjate bien, Juan. ¿Tú quieres a María?

Yo realmente no sé si la quiere o no, seguramente es más culpabilidad que otra cosa, pero precisamente por ello le hago esa pregunta, para llevármelo a mi terreno.

J: Bueno…sí.
T: Claro, ¿porque precisamente estás aquí para protegerla, no?
J: Sí, para que no le hagan lo que yo le hice.
T: Y si la quieres, ¿no te gustaría que ella estuviera bien del todo?
J: Sí.
T: Pues tú ya sabes los problemas que ella tiene de salud, ¿verdad?
J: Sí
T: ¿Y si yo te dijera que tienen algo que ver con tu presencia con ella?
J: Ya sé lo que quieres (me pilló). Tú quieres que yo me vaya y la deje. Pero ¿quién la iba a proteger entonces?
T: Ella misma. Date cuenta que ella ya es mayor y tiene que aprender a protegerse. Si tú sigues tu camino, ella tendrá la oportunidad de aprender a defenderse por sí misma y dejará de tener tantos problemas de salud.
Y tú quieres que ella esté bien, ¿verdad?
J: Siiiií
T: Muy bien Juan. Eres un buen hombre. ¿Te gustaría encontrar el camino a nuestro verdadero hogar? ¿Te gustaría seguir tu evolución?
J: Bueno.

Era lo que estaba esperando. Le guié, sin más pérdida de tiempo, a través de unas palabras de petición para que la puerta (la luz) se abriera.

T: Juan, quiero que mires a tu alrededor y me digas si ves una luz.
J: Sí. Pero, ¿y ella? (refiriéndose a María)
T: Mira, una vez hayas estado 33 días en la luz, podrás venir a verla y cerciorarte de que está bien, pero con la tranquilidad de que ya no dañarás su campo vibratorio.
J: Bueno.
T: Y una última cosa, ¿puedes decirle a esos otras dos personas que están con ella que se vayan contigo a la luz?
J: Claro (con buena predisposición).
T: Gracias Juan. Que Dios te bendiga.

Llamé a María. La hice volver de ese estado de espectadora de sí misma para volver a ser la protagonista de su propia vida. Hizo el perdón, recuperó la energía perdida. Trabajó estupendamente y con mucha valentía. Y la volví al estado presente.
Yo no sabía nada de su infancia y ella no se acordaba…hasta que Juan se lo recordó. Porque aunque él no lo dijera en voz alta, sí se lo hizo notar a ella.
Cuando María abrió los ojos, dilatados por la sorpresa y el dolor, allí sentada con la apariencia de una niñita pequeña, temblándole las manos empezó su propio relato.

“M: Se llama JuanJo-me dijo.
No me acordaba de él. Yo tenía 6 años. Él unos 19. Era hermano de unos amigos de mis padres. A veces íbamos a comer a su casa. Él siempre decía que me fuera con él a ver las gallinas. Y yo me iba, era una niña pequeña. No quería, pero me metía miedo. Y yo no sabía qué hacer. Se aprovechaba de mí y no me atrevía a decirlo”

Y así, con la mirada baja, entre palabras entrecortadas y lágrimas largamente retenidas, me fue contando esos abusos que sufrió de niña y que su mente consciente las había apartado de su recuerdo.


Me relató que este hombre murió años más tarde en un accidente.

Hablamos, le dije que tenía que llorar y relatar todo lo que le fuese viniendo a su mente, conmigo o con alguien cercano. Y así lo hizo.

Sin embargo, analizando su caso, tras años de convivir con un marido que le era infiel por sistema y todo lo que ella le permitió hacerle tanto a nivel físico como emocional, me pregunto si realmente Juan (JuanJo) evitó algunos abusos o por el contrario, al no dejarla evolucionar con su interferencia, pudo hacer precisamente lo contrario.

Como terapeuta, una de las cosas que más dolor me provoca escuchar son los abusos a niños. Aún así, no culpo a nadie, porque no eximo a nadie de su responsabilidad. Tengamos o no interferencias de otras personas, encarnadas o no, las riendas de nuestra vida son nuestras.

Solo planteo la duda.

Hoy, tras 5 meses de ese día, María ha mejorado mucho de sus problemas ginecológicos. Y lo que es más importante, empieza a respetarse a sí misma como nunca antes lo había hecho.

Fina Navarro
viajerosdeluz@gmail.com
viajerosdeluz.blogspot.com.es

18/09/15






martes, 15 de septiembre de 2015

La soledad de la confusión.

La soledad de la confusión
TR- CRISTINA, 24 de Abril de 2015. 23 años.
Madre de una niña de 3 años.

Cuatro días antes de la cita. Cristina cogió la cuerda y subió al último piso de su casa.
Ató fuertemente la cuerda a la barandilla del hueco de escalera. Ya no aguantaba más. Nadie lo sabía. Nadie sabía cuáles eran sus intenciones. Estaba sola.

Pero eso no es cierto. Nunca estamos solos. Siempre hay alguien que nos cuida, si estamos dispuestos a escucharles. Siempre hay un guardián que nos protege.
De pronto su perro dálmata empezó a llorar. La había seguido hasta el hueco de la escalera y allí estaba, llorando con una pena tan grande que le atravesó el corazón…y bajó a consolarlo. No podía irse sabiendo que él sufría tanto. Después subiría y acabaría con su vida de una vez.
Pero, el perro la hizo olvidar y así pudo llegar a verme cuatro días después.

Cristina vino porque su vida era un caos y había intentado suicidarse varias veces. Con una hija de 3 años, viviendo con sus padres que la apoyaban en todo, pero con una relación muy traumática con el padre de la niña y con la madre de éste.
Metida en continuos juicios por la custodia de la niña y con un miedo atroz a que el padre y su abuela se llevasen a la niña.
La terapia empezó con el detalle de ese miedo. Contó todo lo que ella veía que sufría su propia hija cuando la obligaban a ir con el padre. Lo que le contaba cuando llegaba. Su lucha porque no se la llevaran, siquiera un día.
A través de esa emoción, viajó por todos los traumas que había vivido en esta vida respecto a esa experiencia, e incluso reconoció que en un pasado había intentado suicidarse.
Trascurrido casi 2 horas de terapia, yo había empezado ya el cierre de la misma y entonces empezó a recordar.
Terapeuta: Dónde estás?
Cristina: No sé.
T: Fíjate bien. Mira a tu alrededor. Mira tus manos. ¿ Qué ves?
C: Veo arena bajo mis pies.
T: Eso es. Sigue ahí. Cuéntame. ¿ Qué está pasando?
C: Estoy huyendo.
Y así empezó su verdadera historia. La historia origen de muchos de sus problemas en esta vida.

A través de pinceladas, de tiempos anteriores, escenas vívidas y vueltas a vivir, contó que era una reina madre en el Egipto faraónico. Que oyó como pretendían matar a su hijo de 8 años.
Que su dolor fue tan grande que cogió una daga y mató al anciano que planificó la muerte de su hijo.
Descubrieron el cuerpo del anciano conspirador. Ella huía, estaba manchada de sangre, era solo cuestión de tiempo que la descubrieran y entonces, ¿Qué sería de su pequeño?
Entonces un  guerrero la llamó, le dijo lo que tenía que hacer. Él se haría cargo de la culpa, era su guardián.
T: Mírale a los ojos. ¿Reconoces a alguien en su mirada?
C: No puede ser.
T: Por extraño que parezca. Dime,  ¿a quién te recuerdan?
C ( totalmente perpleja): a mi perro dálmata.
T: Eso es, sigue adelante. ¿ Qué está ocurriendo ahora?
C: Le están matando. ¡Han matado al guardia que intentaba protegerme!. Huyo por los pasillos, por la arena. Me limpio, me lavo y, aunque sospechan de mí, no me detienen.

De forma casi imperceptible, adelantó en el tiempo  10 años. Sin embargo, para Cristina es un proceso de seguido, tanto que como terapeuta yo no me doy cuenta y fue más tarde, comentando el trabajo, cuando ella misma me lo aclaró.

Dos personas se habían llevado a su hijo, pero no por la fuerza. Él debía cumplir con su deber y les acompañaba. Sin embargo, ella sabía que todo iba mal. Le iban a hacer daño a su pequeño y no podía hacer nada por evitarlo. (A pesar de que el niño ya era casi un hombre, ella seguía llamándole “mi pequeño”).
C: Estoy muy ansiosa. ¿Por qué no vuelve mi hijo ya? Algo va mal. Mi pequeño- llorando ( así es como llama continuamente a su hija en esta vida “mi pequeña”).
C: Hay revuelo ahí fuera, salgo y les veo, los dos hombres traen a mi hijo mal herido. Sé que han sido ellos, pero no puedo demostrarlo. Dicen que ha sido un accidente. Tengo a mi pequeño entre mis brazos. Está muy mal, se me muere-aghhh- mi hijo se muere- llorando. Muere en mis brazos y no he podido hacer nada por salvarlo. Cuánto dolor. No lo soporto.
T: Sigue. Avanza un poco más. ¿Qué está pasando?
C: Le estamos enterrando. No soporto este dolor. Quiero morir. No deseo vivir con este dolor. Todo el mundo se va. Me quedo sola frente a su tumba. No puedo vivir así.
T: ¿Qué ocurre ahora?
C: Cojo mi daga. (La cara se le ha transformado, ya no llora, solo hay determinación en su rostro. Hace el ademán de coger su puñal). Y me lo clavo en el pecho (haciendo el gesto como si se lo estuviese clavando). No puedo vivir sin mi pequeño. Le he fallado.
T: Eso es…. Dime, ¿dónde estás ahora?.
C: Veo mi cuerpo. Me he desangrado. He muerto. Veo a mi hijo, pero no puedo ir con él.
T: ¿Y dónde vas tú?
C: A la oscuridad ( la oscuridad de la confusión).
T: ¿Cómo es esa oscuridad?
C:  No hay nada. Sólo estoy yo, sola. Solo hay oscuridad.
T: Dime, si tú supieras ¿cuánto tiempo estás en la oscuridad?
C: Ufff….siglos.
T: Y ¿cuándo sales de esa oscuridad? ¿quién te ayuda?
C: Veo algo. Veo una mano que se tiende hacia mí. Me pregunta si estoy preparada para salir de allí. Le tiendo la mano y me lleva hacia la luz.
T: Dime, ¿quién te tiende la mano?
C: Ahhhh…es el guerrero. Es mi guardián. Es mi perro dálmata. ¿Cómo puede ser?

Tras esto, hago el proceso de recuperación de energía, dejar emociones y traumas, rescatar parte de su energía atrapada en el sufrimiento,  el cierre y la armonización.

Y fue entonces cuando, en presencia de su madre y de la amiga que las había traído, nos contó que hacía cuatro días había intentado suicidarse otra vez y que fue su “guardián” el que lo impidió, al llorar a los pies de la escalera.
La hice ver en progresión cómo sería el futuro de su hija, de sus padres y hermana, si ella se suicidaba. Sobre todo teniendo en cuenta dónde había estado la última vez.

Han transcurrido más de cuatro meses desde ese día y ya nunca más ha intentado quitarse la vida. De hecho, ni lo piensa siquiera. Además, le ha desapareció el dolor que siempre tenía en el pecho.
Ha trabajado en su interior, se ha fijado objetivos de estudio en esta vida. Intenta cambiar su futuro. Y ha logrado encontrar algunos momentos de felicidad junto a su hija.

¿Casualidad? Juzguen ustedes mismos.

La cuestión es que, queramos o no, nuestra alma necesita hacer un trabajo y si nos dejamos llevar por ella, ponemos en marcha una energía que nos sacará de ese círculo vicioso del desconocimiento.
Si algo funciona, ¿para qué negarlo?

Fina Navarro.
15/09/15