jueves, 1 de octubre de 2015

¿Curiosidad?


Cada vez que alguien decide “probar” con la Terapia Regresiva, realmente no es él o  ella quien guía sus pasos sino su propia alma en busca de sanación física, emocional y/o mental.

Cuando le propuse publicarlo, me dijo que le hacía ilusión aparecer como "Ana de 48 años".

TR - ANA. 05 de Junio de 2015. 48 años.

La curiosidad había llevado a Ana hasta mi casa. Una mujer emprendedora y, según contaba al principio, ella estaba fenomenal y no necesitaba sanar nada. Pero siempre nos pasa algo, precisamente por ello buscamos, sin saber muy bien lo que necesitamos encontrar.

He de decir que no siempre hago historia clínica en la primera visita, pues son muchas las ocasiones en las que la persona se encuentra ya en regresión, por lo que casi directamente pasamos a la terapia.
Ana, sin embargo, había venido “por curiosidad” y no encontré en ella signos de querer trabajar de inmediato, así que empecé con las preguntas.
Cuando tocamos cómo había sido la relación con su madre, sus primeras palabras fueron: “Un tormento”. Y pasó a describirme los problemas que acarreó su madre y que ella la estuvo cuidando los últimos 6 años de su vida.
Yo iba haciendo mis apuntes, y llegamos a los recuerdos de su primera infancia, desde que nació hasta aproximadamente los 6 o 7 años. A lo que me contestó que recordaba que la maestra utilizaba una palmeta para castigar a los niños y que ella le llevaba el café.
Nada más (esto es importante).

Por supuesto que hubo más preguntas, y aunque no llegamos a completar la historia, he querido reflejar estas dos por la importancia que tendrán después en su trabajo.

E iniciamos la terapia.
Vagó por retazos de vidas en otros tiempos y en otros cuerpos, y quizás en otras dimensiones. Se hizo largo, tanto, que casi había perdido la esperanza de que se dejara guiar por su alma para hacer el trabajo que había venido a realizar. E incluso la había llevado al momento más traumático de todas esas experiencias revividas a medias, y fue ahí, cuando le preguntaba cómo le afectaba todo lo revivido, cuando entró definitivamente en la experiencia que había venido a sanar y sin previo aviso.

A: Siento una bola en la garganta. Me estoy agobiando.
T: Eso es. Siente ese agobio. ¿Cómo es ese agobio?.

Me di cuenta de que esta era la experiencia a sanar, cuando vi asomar la primera lágrima.
He de decir que Ana tiene una personalidad muy fuerte y se niega a llorar.
De hecho dejé que se limpiara hasta tres veces algunas lágrimas furtivas, antes de ofrecerle un pañuelo. Pañuelo que tuve que insistir para que tomara, pues de entrada me lo rechazó.

Narró que estaba en un colegio de monjas, que tenía 5 años. Que las monjas la obligaban a comer sopa de “gato” (es una sopa de ajo con pan). Revivió como la castigaban cuando no quería comérsela, como sus compañeras se reían de ella cuando terminaba vomitando la sopa.
Revivió como la obligaban a irse a su habitación castigada y humillada.
Que no quería estar en la iglesia por la mañana y por la tarde. Que ella quería jugar y dormir, que solo tenía 5 años y, sin embargo, la obligaban a comportarse como una niña mayor.

A: Y las monjas me chillaban-decía, mientras su rostro se contraía en una mueca desvalida. 

Habló de la soledad. De su necesidad de ir con su madre, de que no quería estar ahí.
T:  ¿Y cómo te afecta todo esto en tu vida como Ana?
A: Me impide vivir el día a día, disfrutar de lo que tienes por si acaso en algún momento te lo quitan.

Trabajó el perdón. Recuperó la energía perdida. Integró a la niña desvalida.
Y llegamos a su madre.
T: Fíjate bien. ¿A qué se debe que tu madre te dejara con las monjas?
A: Ella tenía que trabajar, pues nuestro padre se fue y ella tenía que mantenernos. Como no podía cuidar de nosotros, nos dejaba allí.
Ana tiene un hermano mayor, que estaba en otro colegio interno también.

T: Fíjate bien, voy a contar a 3 y vas a poder ver qué es lo que tu madre habla con las monjas sobre ti. Uno, dos…tres.
A: Están en el patio de colegio. Les cuentan a mi madre que no me porto bien porque no me como la sopa. Mi madre siente pena en su corazón por mí.
A: Ahora se acerca a mí, me abraza y me besa. Siento lo que siente su corazón. Ella me quiere. Le da mucha pena dejarme con ellas, pero no tiene más remedio. A mi madre no le gusta nada que me quede allí porque sabe que lo paso mal, pero ella tiene que trabajar. Me quiere mucho.

Pocos años después su madre la sacó de allí y la pudo llevar con ella, allá donde estaba el trabajo.
Lo bonito cuando terminó la terapia fue el comentario: “Esto cambia las cosas”
Era tarde, tenía prisa por marchar, así que no le pude preguntar qué significaba ese comentario.  Pero sí tuve claro que tenía algo que ver con su madre.

No estamos aquí para juzgar el trabajo de aquellas monjas, por otro lado tarea encomiable la del cuidado de niños.
No estamos aquí  para juzgar el que una madre dejara o no, a sus hijos en colegios internos.
No estamos aquí para juzgar nada. No somos quién.
Nadie es quien para juzgar las acciones de otros. Y nosotros menos que nadie.

Estamos aquí para “entender” que todos hacemos lo que hacemos con un motivo. Y que su mero entendimiento libera nuestra alma y por consiguiente el trauma que lleva consigo.

A veces pasa con esta terapia, que no siempre nos acordamos de todo lo revivido y de cómo ello nos está afectando en nuestro día a día. Este fue el caso de Ana.
Nuestra parte consciente, en el momento en que acaba la terapia, intenta que olvidemos aquello que nos hizo daño. Es una forma de protección, que a la larga nos puede dañar.

Sin embargo, la parte buena es que, nos acordemos o no, realmente se trajo al consciente lo inconsciente.
Se puso en marcha una energía que seguirá actuando a nivel de nuestras emociones, de nuestro accionar con la vida aquí y ahora, y cuyos primeros resultados se pueden ver cuando dejamos salir esas emociones a través del llanto, normalmente sin motivo aparente. Pero ahí está.
Y sin darnos cuenta, algo más cambiará y luego otra cosita más, y luego otra… Le buscaremos explicaciones a esos cambios, pero la verdad es que nuestro único y gran mérito habrá sido el de escuchar nuestra alma y así, sin darnos cuenta, habremos empezado a trabajar a su compás.

Enhorabuena Ana pues, por curiosidad o no, lograste escuchar a tu alma.
Gracias por hacerme partícipe de ello.


Fina Navarro
Julio/2015
viajerosdeluz@gmail.com
viajerosdeluz.blogspot.com.es