- Creando bolitas de luz. El nacimiento del
alma.
Sígueme —me dijo.
Aquella
noche me acosté con la cabeza hecha un bombo de tanto pensar. Seguía sin
entender por qué todo tenía que ser tan complicado en el universo; el
sufrimiento, el dolor, la forma de enfrentarnos a la muerte, las envidias, el
sentir… «¿Por qué tenemos que encarnar?», me preguntaba por enésima vez.
—¡Para ya! —me
reprendí— ¡Déjalo estar por esta noche!
Sin
embargo, el sueño se mostraba esquivo. Perdida en la luz que se filtraba por el
ventanal y los ojos como platos, sentí que alguien entraba en mi dormitorio. Menos
mal que ya estaba acostumbrada, pero os aseguro que las primeras veces me
asustaba de lo lindo. Miré a mi derecha y le vi. Era este hombre, vestido con
traje de chaqueta blanco, moreno de piel, con barba blanca y edad indefinida. Le
lancé mi mirada de pocos amigos, esa que dice “si sabes lo que te conviene,
déjame” y sin embargo solo le dije,
—Hoy
estoy cansada para nuestras charlas.
—Lo
sé —me contestó mientras sonreía—, por eso estoy aquí.
La
mayoría de nuestras conversaciones siempre estaban sembradas de discusiones,
motivadas por su insistencia en el avance de mi conocimiento y mi reticencia a
ello. Pues normalmente venían acompañadas de lecciones que me costaba comprender
y que suponían para mí algún tipo de sufrimiento. Con el tiempo terminé por
entender que nuestros dolores físicos, mentales y emocionales son más difíciles
de superar cuanto mayor es nuestra resistencia al entendimiento, y al cambio
que eso conlleva.
Yo sabía que, a pesar de mi mal humor,
terminaría prestándole atención, lo que no supe entonces es hasta dónde
llegaría esta aventura.
—Querida Fina —me dijo para mi asombro pues
nunca me llamaba así, y eso me mosqueó aún más— Ven conmigo y te mostraré el
motivo por el que tenemos que vivir la materia. Sígueme y siente.
Pero, ¿sabéis qué fue lo peor de todo el
asunto? que le seguí. (Si es que nunca aprendo). Y esto fue lo que pasó.
Empecemos por el principio
¡Ah!,
esperad un momento, si no os he dicho
como se llama este maestro, también llamado por mí en mis momentos oscuros, el
señor “toca… mmm… narices”, no penséis mal.
La
verdad es que tampoco os puedo decir exactamente su nombre porque, por algún
motivo, nunca recuerdo como se escribe. Así que le llamaré, con su permiso y el
vuestro, Shalom. Que, como bien sabéis, significa paz o bienestar en hebreo. Es
una broma ante nuestras continuas disputas.
—Hablemos
de tu creación —me decía.
—¿La
mía? —le contesté en plan escéptico.
—Sí,
de cuando fuiste creada y empezaste a tomar conciencia de tu individualidad.
Vamos a ir poco a poco. A ver si logras entender esta vez —parecía que de un
momento a otro iba a soltar una carcajada.
No
le hice un gesto obsceno porque soy una persona educada, pero ganas me dieron.
En cambio me limité a gruñir.
—Grrrrr…
adelante, vamos allá.
Me
llevó por los canales de la conciencia colectiva hacia un pasado muy muy lejano
en el tiempo lineal, para verme siendo
algo parecido a un helecho, en un planeta hace miles de millones de eones. Me
sentí “fresca”, esa es la palabra. Sentí una gran conexión con la tierra, con
su humedad. Podía respirar perfectamente.
—¡Qué
bien estoy! Me siento vital. Es como si estuviera creciendo mi energía, a la
vez que crece la planta. ¡Me siento tan viva! —le dije a Shalom
Él
sonreía y asentía con la cabeza.
—Pero
ahora mira lo que pasa.
De
pronto todo cambió y mis maravillosas sensaciones empezaron a apagarse. Ya no
podía respirar bien y sentía que mi esencia empezaba a desprenderse de esa
planta herbácea.
—Siento
miedo. ¿Qué está pasando? Estoy empezando a desaparecer. ¿Por qué me siento tan
mal?
—Porque
acabas de ser consciente de tu individualidad.
—Venga
hombre, ¿qué significa eso? Quiero que esto acabe.
—Entonces
déjate ir. No te aferres a la materia y todo será más fácil.
—Pero,
estoy desapareciendo —decía yo presa del pánico.
—Esa
es solo tu sensación. Mira más allá de lo que crees que eres.
—Veo
a alguien. Es una presencia de luz enorme.
—¿Y
quién crees que es?
Me
quedé unos minutos observando mientras poco a poco el dolor se iba
amortiguando.
—Parece
que es algo parecido a mí. Como si fuésemos la misma luz.
—Exacto.
Date cuenta de que vibras en la misma frecuencia que ese ser. Siente como, al ir dejando el helecho, tu “fuerza vital”
vuelve a ese ser que vibra en tu
misma frecuencia, pero con una sutil diferencia. Ahora acabas de nacer, como una
personalidad individual pero conectada a toda la inmensidad del universo por la
red de energía que lo creó, lo mantiene y lo hace crecer.
—No
entiendo muy bien —le decía mientras seguía retorciéndome en mi lucha por no
dejar la materia.
—Déjate
ir y lo entenderás.
Y
así lo hice, por fin.
—Uuffff,
¡qué bien se está ahora! –exclamé.
Miré
a Shalom con expresión atónita, mientras él me sonreía.
—Sigo
sin entender. ¿Qué ha pasado?
Me
hizo un gesto con la cabeza para señalarme a ese ser que vibraba en mi misma frecuencia. Algo me decía que él había
provocado que tuviera que dejar el arbusto.
—Él
te va a explicar. Te dejo en las mejores manos. Nos vemos en un ratito.
Y
se fue. “Cachis” pensé “¿y se va sin más?”
De
pronto este ser enorme, se transformó
en una persona vestida con una túnica blanca. Su piel era tersa, su pelo canoso
recogido en una coleta, parecía joven. Sin embargo, al mirar sus ojos vi una
antigüedad que abrumaba.