Recuerdos que sanan
A esta mujer le encanta el nombre de María, así pues...
TR María. 17 de Abril de 2015. 40 años.
Después de 20 años de tratamiento médico común para cistitis de
repetición, empecé a tratarla con homeopatía y le fue bien, durante un par de
años. Estaba contenta, porque pudo dejar los antibióticos.
Sin embargo, los meses que estuvimos sin vernos algo pasó y
volvieron las infecciones, prácticamente cada semana y por supuesto los
antibióticos, pues los dolores eran insoportables.
Así que un día la senté y le dije, cierra los ojos...
Terapeuta: Fíjate bien, voy a contar a tres y al llegar a tres vas
a ser capaz de ver delante de ti a tu propia alma, a tu esencia viva. Uno,
dos....tres. ¿ Qué ves?
M: Pues me veo a mí (sonriendo, como sorprendida).
T: Muy bien, pues quiero que mires a tu alrededor y que me digas
qué ves, qué está pasando ahí.
De pronto le cambia la expresión. Aprieta más los ojos y aparta la
cara, como si no quisiera ver lo que está "viendo" con los ojos
cerrados.
Quizás, la tarea más importante del terapeuta aquí es que el
paciente no se sienta solo en ningún momento, esto es fundamental, pues de lo
contrario éste querrá salir de la experiencia o no profundizar.
T: Escúchame bien, yo te voy a acompañar en todo momento. Voy a
estar a tu lado en cada paso de esta experiencia que estás viviendo. No te voy
a dejar sola. Yo estoy aquí. ¿Entiendes esto?
M (asintiendo con la cabeza): es que son sombras negras, como
hombres lobo, son cabezas llenas de pelo negro y se mueven a mi alrededor.
T: Muy bien. Quiero que les digas que dejen de moverse y se pongan
delante de ti, con firmeza y respeto. Harán lo que les dices.
M: Poneos delante de mí.
T: Muy bien. Quiero que les mires a los ojos, a todos ellos.
Quiero que les hables. Pregúntales cuánto tiempo llevan contigo.
M: Tiempo, dice uno de ellos.
T: Cuántos son?
M: Tres, pero uno parece que es el que manda.
T: Pues dirígete a él. Pregúntale si él querría hablar conmigo.
M: Dice que bueno.
T: Muy bien, pues ahora quiero que te quedes muy relajada. En un
segundo plano. Quiero que respires profundamente y permitas a este ser que
utilice tu voz y tu garganta para que yo pueda hablar directamente con él.
M: Vale.
T: Eso es. Respira profundamente. Yo voy a contar a tres y al
llegar a tres permitirás a esta persona que hable a través de ti. Uno,
dos…tres.
Miro atentamente la expresión de María, pues cuando hay un ser que
interfiere en el campo vibratorio de una persona y ésta le da permiso para
hablar a través suyo, se produce un ligero cambio en la expresión del paciente
que nos dice que esta persona ya puede hablar.
T: Hola. Bienvenido. Mi nombre es Fina. ¿Cómo te llamas?
A veces, esta persona, la que está interfiriendo no sabe o no
puede hablar a la primera de cambio porque realmente lleva mucho tiempo sin
hacerlo y no recuerda como tiene que actuar. Otras veces, como en este caso,
empezó a hablar con lentitud pero perfectamente desde el principio.
AP( alma perdida, a través de María): Ho..la.
T: Bienvenido. Estás entre amigos. ¿Cuál es tu nombre?
AP: Juuann. Juanjjj…
T: Hola Juan.
Cuando hablamos con una persona confundida, también llamada alma
perdida, pues se perdieron en el camino de encontrar esa otra dimensión que es
nuestro hogar, lo hacemos desde el corazón y con todo nuestro amor y respeto.
T: ¿Te importa que charlemos un ratito?
Juan: Bueno.
T: ¿Cuánto tiempo llevas con María?
J: Años.
T: Y, ¿cómo es eso de que estás con María?
J: Porque no quiero que le hagan lo mismo que yo le hice.
T: Y¿ qué le hiciste? (con mucha dulzura en nuestro tono al
hablar)
J: Cosas malas.
T: ¿Me puedes explicar qué cosas fueron esas?
T: Bueno Juan, fíjate que yo estoy aquí solo para ayudarte, así
que si no quieres decirme lo que le hiciste, no importa. Date cuenta, ¿tú
tienes cuerpo?
J: No, eso sí lo sé. Morí.
T: ¿Y no te gustaría seguir tu camino?.
J: No. Me tengo que quedar con ella para que no le hagan lo que yo
le hice (insistente el muchacho).
A estas alturas yo empezaba a sospechar de qué iba el tema, pero
como el objetivo es que esta persona encuentre el camino a la luz hay que dar
las vueltas necesarias hasta lograrlo, dejando de lado la historia subyacente.
T: Fíjate bien, Juan. ¿Tú quieres a María?
Yo realmente no sé si la quiere o no, seguramente es más
culpabilidad que otra cosa, pero precisamente por ello le hago esa pregunta,
para llevármelo a mi terreno.
J: Bueno…sí.
T: Claro, ¿porque precisamente estás aquí para protegerla, no?
J: Sí, para que no le hagan lo que yo le hice.
T: Y si la quieres, ¿no te gustaría que ella estuviera bien del
todo?
J: Sí.
T: Pues tú ya sabes los problemas que ella tiene de salud, ¿verdad?
J: Sí
T: ¿Y si yo te dijera que tienen algo que ver con tu presencia con
ella?
J: Ya sé lo que quieres (me pilló). Tú quieres que yo me vaya y la
deje. Pero ¿quién la iba a proteger entonces?
T: Ella misma. Date cuenta que ella ya es mayor y tiene que
aprender a protegerse. Si tú sigues tu camino, ella tendrá la oportunidad de
aprender a defenderse por sí misma y dejará de tener tantos problemas de salud.
Y tú quieres que ella esté bien, ¿verdad?
J: Siiiií
T: Muy bien Juan. Eres un buen hombre. ¿Te gustaría encontrar el
camino a nuestro verdadero hogar? ¿Te gustaría seguir tu evolución?
J: Bueno.
Era lo que estaba esperando. Le guié, sin más pérdida de tiempo, a
través de unas palabras de petición para que la puerta (la luz) se abriera.
T: Juan, quiero que mires a tu alrededor y me digas si ves una
luz.
J: Sí. Pero, ¿y ella? (refiriéndose a María)
T: Mira, una vez hayas estado 33 días en la luz, podrás venir a
verla y cerciorarte de que está bien, pero con la tranquilidad de que ya no
dañarás su campo vibratorio.
J: Bueno.
T: Y una última cosa, ¿puedes decirle a esos otras dos personas
que están con ella que se vayan contigo a la luz?
J: Claro (con buena predisposición).
T: Gracias Juan. Que Dios te bendiga.
Llamé a María. La hice volver de ese estado de espectadora de sí
misma para volver a ser la protagonista de su propia vida. Hizo el perdón,
recuperó la energía perdida. Trabajó estupendamente y con mucha valentía. Y la
volví al estado presente.
Yo no sabía nada de su infancia y ella no se acordaba…hasta que
Juan se lo recordó. Porque aunque él no lo dijera en voz alta, sí se lo hizo
notar a ella.
Cuando María abrió los ojos, dilatados por la sorpresa y el dolor,
allí sentada con la apariencia de una niñita pequeña, temblándole las manos
empezó su propio relato.
“M: Se llama JuanJo-me dijo.
No me acordaba de él. Yo tenía 6 años. Él unos 19. Era hermano de
unos amigos de mis padres. A veces íbamos a comer a su casa. Él siempre decía
que me fuera con él a ver las gallinas. Y yo me iba, era una niña pequeña. No
quería, pero me metía miedo. Y yo no sabía qué hacer. Se aprovechaba de mí y no
me atrevía a decirlo”
Y así, con la mirada baja, entre palabras entrecortadas y lágrimas
largamente retenidas, me fue contando esos abusos que sufrió de niña y que su
mente consciente las había apartado de su recuerdo.
Me relató que este hombre murió años más tarde en un accidente.
Hablamos, le dije que tenía que llorar y relatar todo lo que le
fuese viniendo a su mente, conmigo o con alguien cercano. Y así lo hizo.
Sin embargo, analizando su caso, tras años de convivir con un
marido que le era infiel por sistema y todo lo que ella le permitió hacerle
tanto a nivel físico como emocional, me pregunto si realmente Juan (JuanJo)
evitó algunos abusos o por el contrario, al no dejarla evolucionar con su
interferencia, pudo hacer precisamente lo contrario.
Como terapeuta, una de las cosas que más dolor me provoca escuchar
son los abusos a niños. Aún así, no culpo a nadie, porque no eximo a nadie de
su responsabilidad. Tengamos o no interferencias de otras personas, encarnadas
o no, las riendas de nuestra vida son nuestras.
Solo planteo la duda.
Hoy, tras 5 meses de ese día, María ha mejorado mucho de sus
problemas ginecológicos. Y lo que es más importante, empieza a respetarse a sí
misma como nunca antes lo había hecho.
Fina Navarro
viajerosdeluz@gmail.com
viajerosdeluz.blogspot.com.es
18/09/15